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Tutorial para trabajar en revisión, edición y corrección de documentos

Hoy voy a explicar la herramienta de la que dispone el programa Word para que, al revisar un documento, se pueda visualizar lo que se ha modificado. 

Si usted es editor o corrector y va a empezar con un documento nuevo que no ha sido revisado antes, proceda así:

Abra el documento. Word presenta entre sus pestañas la de revisar


Al ir a la pestaña se puede ver lo siguiente (más o menos, dependiendo de la versión de Word).



Para iniciar la revisión debe presionar en “control de cambios” (en el círculo rojo). Si el documento ya está revisado por un experto, este control ya esta activado. Si no es así, debe hacerlo, expandiendo esa pestaña. Al hacerlo se presentan las distintas opciones.


Cuando se presiona la opción de “control de cambios”, como se indica arriba (o ya está marcada) debe verse así (con sombra en “control de cambios”).




 A partir de este momento, cualquier acción que haga en el documento; ya sea que agregue, mueva o elimine texto, quedará registrada en cuanto guarde el archivo.  Veamos un archivo, luego de las intervenciones:




Cada intervención queda registrada con un color por usuario. Explico: si el documento preparado para revisión es intervenido por varias personas en diferentes computadoras (o quizás en la misma computadora con la opción de distintos usuarios), las intervenciones de cada usuario quedarán registradas con un color distinto. En esta ocasión a mí me salió un color púrpura (el color no lo podemos decidir) y creo que incluso a mi cliente se le puede presentar de otro color. Lo que es importante aquí es saber que cada usuario será registrado con un color distinto.

Ahora, cuando estamos leyendo, revisando y corrigiendo,  todas esas líneas, cuadros ―e incluso la letra de un color distinto a la habitual―, resultan perturbadoras. Para evitar esto recurrimos a la opción “marcas mostradas finales”


Al desplegarse esta opción se te presentan otras (dependiendo de la versión de Word con la que trabajes)


Para evitar ver las marcas y leer sin perturbaciones selecciona “final” (en la imagen anterior destacado con la flecha roja). Las marcas desaparecen pero igual se van a seguir señalando las modificaciones que realices, siempre y cuando tengas activo el control de cambios (círculo rojo) que, como se puede ver, en efecto, está activo (sombreado). 

La imagen anterior sirve también para explicar otros detalles. A veces la intervención de un documento no es solo ortográfica sino gramatical o de estilo. Si ese es el caso, el cliente va a necesitar ver cómo estaba antes, o sea su original, y cómo queda después de la intervención. Para ello solo tiene que pasar ―en la pestaña señalada― de final a original o viceversa.

Le he hecho otra intervención a mi documento de ejemplo y he agregado una nota. Ahora veamos cómo lo puede mostrar el programa con las diferentes opciones que presenta.
En original



Con marcas mostradas finales.
Aquí (en la imagen abajo) se puede ver, con el color púrpura, que se ha agregado un comentario y también se ve un cajón gris. Ese cajón aparece cuando se coloca el mouse sobre cualquiera de los cambios, y señala quién lo realizó (fecha y hora, además).



Final
Como se puede ver abajo, ya no se muestran las marcas. Así puede leer e intervenir el documento sin perturbaciones visuales, siempre y cuando, como ya señalé, se mantenga activo el "control de cambios". Si eso no está activo los cambios que haga no se marcarán. ¡OJO!, esto no significa que no pueda pasar a otras pestañas de Word; lo puede hacer sin problemas, solo debe asegurarse que esté activo, si quiere dejar las marcas de lo que hizo.



Bueno, esto es todo por hoy. Espero sea de utilidad.
























Cuentos del espléndido mundo virtual

Aunque el siguiente no es un artículo sobre edición y corrección, sino escrito para la revista Poetas & Escritores Miami, igual lo voy a colocar aquí, porque no tengo tiempo para abrir otro blog con lo que vaya escribiendo.

«Nunca creí, en toda mi vida de escribir historias,
que la literatura pudiera depararle dolor verdadero
a un personaje de ficción»

Mirta Bertotti o Hernán Casciari (como prefiera)


PAGE NOT FOUND

A finales del año 2003 me topé, por las buenas casualidades, con un blog llamado El blog de la mujer gorda. Para ese entonces no traté de averiguar la historia detrás de la historia, solo me divertí un montón leyendo la vida de Mirta Bertotti, mientras pude. Al siguiente año le perdí la pista, pero una década después (mientras me tocó jugar banca en un trabajo), con mucho tiempo libre, empecé a buscar como posesa a la bendita mujer gorda, hasta que la conseguí. Para ese momento sí que fue inevitable conocer los sucesos detrás de la pantalla del ordenador.

El autor del blog no era una mujer, sino Hernán Casciari, escritor argentino residenciado ―cuando lo escribió― en España. Su blog de la mujer gorda había sido tan exitoso que en el año 2005 fue elegido como el mejor de su clase por Deutsche Welle. Como era de suponer no faltaron quienes quisieran aprovechar el público ya existente; ganó la apuesta el grupo Penguin Random House por lo que las editoriales Sudamericana, en Argentina; Grijalbo, en México y Plaza & Janes, en España, publicaron el libro ―cada una su edición― con el nombre Más respeto que soy tu madre.

De forma paralela al éxito de ser publicado en papel, en Argentina, en 2009, Antonio Gasalla, actor y productor de teatro adaptó la obra, que consiguió en el país más de un millón de espectadores. 
En el 2013, cuando reconseguí el blog, Casciari había roto con las editoriales que le publicaron y lo ofrecía nuevamente sin las ediciones, como originalmente lo parió ―eso creo― y GRA TUI TO.  
Suerte para mí de nuevo, lo pude leer. Los cuentos de Mirta Bertotti y su familia me resultaban tan entretenidos que, al contrario de lo que hago con otros libros, lo dosificaba como un chocolate, un capítulo al día, esperando que no terminara nunca. No consideraba, en ese entonces, que la brevedad es un constituyente de Internet. Hoy ya no se consigue el blog, pero el libro lo puedes adquirir a través de la editorial Orsai, también creación de Casciari, o descargarlo gratuitamente, que el autor no se va a enojar.

Las razones por las que escogí a Casciari para hablar de esta arista (la brevedad) en la relación literatura e internet son varias: a) me gusta como escribe, el desenfado y el humor no se riñen con la literatura; b) sigue publicando de forma gratuita y ha hecho un marketing exitoso a través de sus pódcast, páginas, YouTube y presentaciones, que bien pueden servir de ejemplo y c) el blog de la mujer gorda, de acuerdo con Sanz y Romero1 (p. 256) fue el primer blog en español en aparecer en versión impresa.

BASDALA

«Basdala»2 es la historia de un suceso vivido por Casciari que resumo así: Basdala era el nickname o seudónimo de un seguidor de la mujer gorda, su nombre real era Miguel Ángel. Miguel Ángel muere y su hermana le envía a Mirta Bertotti una carta que el chico había dejado para ella; tal fue la tristeza que la autora le dedicó una entrada en su blog. Al final del cuento Hernán escribe que Miguel Ángel seguía vivo y que su muerte había sido una mentira, un timo que planeó cuando descubrió que Mirta era, en realidad, Casciari.

Bien, yo leí el blog y no recuerdo ninguna entrada sobre Basdala o Miguel Ángel y, aunque la falta de memoria no sea prueba de delito, no le creo ni un poquito a Casciari, para mí este cuento es el mejor review  que se haya hecho sobre la novela y sirve para abordar el tema del anonimato, de quién escribe y de quién lee, de cuán reales pueden ser las historias con las que te consigues, o de qué es lo buscas en internet.

Aunque el tema da para mucho más, porque cualquier escritor busca en lugar de anonimato notoriedad, la cuestión es que en internet los autores ya no pasan sus libros por el tamiz de las editoriales, la validación del contenido no la hace un editor, sino directamente el público. Nosotros, los lectores, tenemos acceso sin mayores costos a la literatura, porque para que un autor se valide ante el público debe ofrecer, por lo menos al inicio, sus contenidos gratis; (y pongo el ejemplo no solo de Casciari, sino el de Mark Dawson quien después de ofrecer su primer libro gratis, ha obtenido, por ventas en Amazon, hasta 450.000$ anuales3). 

El problema entonces somos los lectores.  Siempre vamos a conseguir temas interesantes para leer en el gran bazar que es el mundo digital, cómo nos aproximamos a ellos (y a cuáles), es un asunto completamente nuestro.

A CADA QUIEN LO SUYO

Para este aparte voy a ir con otro cuento, esta vez mío. Esperaba que una amiga saliera de su trabajo, a ella le faltaba bastante así que, como estaba pendiente de este artículo, le pedí que me prestara una computadora para leer a Zygmunt Bauman, autor que plantea el tema sobre la desestructuración social que implican los tiempos líquidos; ella me ofreció la computadora de su secretaria. No recordaba cómo se escribía Zygmunt, así que empecé mi búsqueda por Bauman. Google me devolvió millones de resultados con todos los Bauman de Facebook, Tweeter o Instagram, del filósofo nada. Intenté nuevamente con la expresión «tiempos líquidos», de los millones de resultados las primeras páginas referían grupos musicales, bares o páginas de Facebook; en definitiva, no conseguí lo que buscaba.

Al siguiente día, preocupada por saber si este señor había sido un invento de mi imaginación, o si estaba al inicio de una terrible esquizofrenia, en mi computadora escribí Bauman, lo primero que apareció fue  la referencia de Wikipedia para Zygmunt Bauman y luego diversas páginas sobre el autor y sobre el libro de mi mortificación (ahh... respiré aliviada, no lo había inventado).

Este cuento, unido a otros que no tengo espacio para relatar, me hacen concluir que, en efecto, los buscadores rastrean nuestra IP y nos ofrecen lo que estamos acostumbrados a pedir, si no somos lectores no vamos a encontrar LECTURA, así con mayúscula.

____________
Notas:
1 SANZ Amelia y Dolores ROMERO, editoras (2007) Literatures in the digital era: theory and praxis Cambridge Scholars Publishing.
2 «Basdala», el cuento completo, se puede leer en: https://hernancasciari.com/blog/n3_basdala/
3 Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (2018) Radiografía de la autopublicación en América Latina. Bogotá, Colombia.

Cómo asignar teclas a símbolos que no consigues en tu teclado.


Lo siguiente es el paso a paso para asignar teclas al símbolo « (apertura de comillas latinas). Toma en consideración que lo puedes hacer para cualquier símbolo que no se encuentre en el teclado y que debes utilizar con frecuencia.

  • Abre el menú «Insertar», y haz clic en «símbolo» (Ω)
  • Ahí busca el símbolo «. O escribe en el código de carácter «00AB» (los códigos para las comillas latinas son 00AB para apertura, y 00BB para cierre).
  • En la parte inferior de esa ventana  hay un botón que dice «Teclas».
  • Haz clic en ese botón para que surja el menú emergente de «Personalizar teclado».
  • En esa ventana (como se ve en la imagen) haz clic en el cuadro de texto «Nueva tecla de método abreviado»
  • Con la mano izquierda manten apretadas las teclas Control+Alt, y ―sin soltarlas― con la mano derecha presione la tecla 2 (¡Ojo! Este es mi caso. Utilicé la tecla 2 porque tiene las comillas inglesas y es más fácil para recordar, pero puedes usar la tecla que quieras).
  • En el cuadro de texto aparecerá: Alt+Ctrl +2 (o la que hayas asignado), entonces haces clic en el botón «Asignar» que está en la esquina inferior izquierda de la ventana.
  • Luego de asignar le das cerrar y listo, cada vez que presiones conjuntamente las teclas asignadas te aparecerá la comilla latina de apertura.  


Personalizar teclado

No tengo que repetirte, sin embargo lo hago para fastidiar, que estas instrucciones sirven para cualquier símbolo al que le quieras agregar un atajo en el teclado, atajo al que llaman en inglés shortcut y que puedes utilizar cualquier tecla después de la combinación Alt+Ctrl, solo trata de que sea una que vayas a recordar después.

De las dificultades que se me presentaron con las normas y recomendaciones de la RAE


Cuando comencé como correctora, una de las primeras dificultades con las que me topé fue la ausencia en el teclado de algunos símbolos que recomienda la RAE. Voy a referirme a la raya larga (―), que no es guion, y a las comillas latinas («»)

Dice la RAE que la raya, usada para los diálogos o delimitar incisos, es un «Signo de puntuación representado por un trazo horizontal (—) de mayor longitud que el correspondiente al guion (-)»*. 

Asimismo, señala: «En los textos impresos, se recomienda utilizar en primera instancia las comillas angulares, reservando los otros tipos para cuando deban entrecomillarse partes de un texto ya entrecomillado. En este caso, las comillas simples se emplearán en último lugar: «Antonio me dijo: “Vaya ‘cacharro’ que se ha comprado Julián”»**.

Como podemos ver, ni la raya ni las comillas latinas se encuentran en el teclado.

¿Dónde buscarlas?

El problema se resuelve, de manera sencilla, yendo (si trabajas con Word) a la pestaña «insertar», a la derecha se consigue el menú «símbolo» (Ω), abres y buscas las comillas latinas o la raya, pero, con esta última se presenta una dificultad, las rayas largas que te ofrecen son muchas y debes saber cuál de ellas es la que se queda pegada a la palabra donde la hayas colocado.

La raya que se debe usar en diálogos e incisos, porque se va a mantener donde la pusiste (ya sea iniciando o cerrando y sin importar si antepones más texto) se llama «Horizontal bar» y el código de carácter es 2015. 


Así que solo escribes el código en recuadro correspondiente (señalado en la imagen) le das a insertar y ¡voilà! Ya tienes tu raya o, si el problema eran las comillas, tus comillas. 
Imagen poner raya

Ahora bien, si vas a hacer esto con frecuencia resulta más cómodo asignarle a cada símbolo unas teclas. En el próximo artículo te diré cómo.



Ser corrector en Venezuela...


Como si fuera fácil ser correctora, además, vivo en Venezuela.

Explico. Un meteorólogo puede decir «Hoy tendremos un día hermoso y soleado» y a los cinco minutos empieza el diluvio universal. En alguna parte leí eso de «Quien fuera meteorólogo, que por más que se equivoque no lo botan del trabajo». Nadie cuestiona estos errores, todos nos acostumbramos a ellos. Otro ejemplo: señala BBC (2016)* que la tercera causa de muerte en los EEUU son los errores médicos (y si no hay datos similares de otros países es porque no se investigan). Los errores médicos se ignoran y los meteorológicos no importan.

Bien, eso no sucede con un corrector esté donde esté. En este oficio corriges 800.000 caracteres y algún acento se te pasa. Cuando eso sucede, el mismo autor que ha cometido el error forma un escándalo de antología. 
   
Pero para el corrector en Venezuela los problemas son mayores y acá viene mi explicación en dos partes.

1.-  Como Venezuela es un país rentista, dependiente del petróleo, cuando este producto ha tenido precios elevadísimos muchos venezolanos han viajado al exterior exhibiendo lo peor de nosotros.

A mediados de los setenta los venezolanos viajaban, por lo general a Miami, a pasear y a comprar. No eran conocidos por inundar los museos o los recitales, sino por comprar. Era tal la actitud de derroche y consumo que aquí se acuñó la frase «Ta´ barato, dame dos». Así que la fama de los venezolanos por fuera, en ese entonces, era la de bochincheros, derrochadores, borrachos y anárquicos.

A principios de la segunda década del dos mil ocurrió lo mismo, pero peor. Los venezolanos viajaban a comprar zapatos o cualquier pendejada y a cambiar los dólares que el estado otorgaba con precios preferenciales, a través de la tarjeta de crédito, por efectivo, para aprovechar las diferencias cambiarias (entre el dólar oficial y el dólar en la calle) que ya empezaban  a ser enriquecedoras. Así que en esa temporada de «buena vida», además de los motes de bochincheros, derrochadores, borrachos y anárquicos, se agregó el de tramposo. 

Con estas credenciales, lo que se piensa de nosotros en el exterior es que la cultura se riñe con nuestro ADN. Es difícil que en otros países se piense que en Venezuela puede haber buenos correctores.

[Ahora que la gente está huyendo del país, porque aquí ya no se puede ni comer, han salido otros: cultos, talentosos, trabajadores que esperamos ofrezcan una visión más favorable de lo que somos]

  2.- Hasta hace poco la perversa relación que el Estado instauró con respecto al dólar que, a) establecía para el dólar oficial un precio distinto y muy por debajo de lo que costaba en la calle, b) entregaba los dólares oficiales a amigos y empresas corruptas para su beneficio con el intercambio; hacía que cualquier extranjero pudiese venir al país, alojarse por una semana en una linda posada en Los Roques tomando whisky  del más costoso, por apenas unos 100 dólares que cambiaba en el mercado paralelo.

Ese dólar paralelo, que se cambiaba por muchísimos bolívares, le hizo creer a los extranjeros que aquí en Venezuela con un dólar podíamos vivir un mes. Debido a esto, cuando un corrector acá le dice a una editorial o a un autor que por ese trabajo de corregir 800.000 caracteres con espacio le vas a cobrar 120$, (lo que significa 0,15 centavos por matriz, un 81,25% menos de las tarifas en España); te responde que lo que está dispuesto a pagar son 50$ (yo no lo acepto aunque no tenga para comer, pero imagino que muchos sí). Lo que entiendo es que Venezuela ha lanzado al mercado global más esclavos de los que ya tenía y los buitres aprovechan.

Entonces, los correctores de este país tenemos dos terribles elementos en contra: la creencia de que no somos capaces y de que 50$ nos podrían servir para vivir un año.

Y aquí estamos, tratando de derrotar los supuestos.

*https://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/05/160504_salud_errores_medicos_tercera_causa_muerte_eeuu_il

El cerebro de escribir y el cerebro de corregir. Para una teoría que sustente la corrección.


Cada vez que escribo cosas como esta (peores o mejores, dependiendo del día) trato de hacerlo lo más rápido que puedo para que las ideas no se escapen. No sé si es porque no soy nativa digital o porque en definitiva las ideas van más rápido que su expresión, la velocidad con la que trato de escribir hace que cometa errores imperdonables. En ese momento no estoy pendiente de las haches, las zetas  o las comas, y menos aún de que marqué una p en lugar de o.

Pero, más que eso,  a veces las palabras están ahí con una b o v incorrecta con una j en lugar de g o con una c donde debería estar la s y no te das cuenta mientras escribes porque Word no lo ha marcado con una línea roja debajo, simplemente porque la grafía es válida (¡claro!, en otro contexto). Así mismo, a mí (creo que particularmente) me ocurre que lo que me queda de la idea de la palabra que iba a escribir es su sonido final, y como soy buena para rimar, puedo escribir implacable en lugar de impecable (¡upss!).

Total que tengo que escribir y después corregir.

He visto que esto mismo les sucede a otros. Amigos escritores con ortografía y gramática impecable (aquí, con muchos, también valdría implacable), de pronto salen con unos horrores textuales que ni de caricatura.   

¿Qué es lo que pasa? Uno puede adelantar lo explicado: la velocidad con la que se debe escribir. Pero eso no es suficiente.

Cuando se escribe un artículo se sabe de lo que se va a escribir, incluso hasta se puede hacer un esquema previo, así que las ideas están bien encerraditas y no se van a escapar, entonces te puedes dar el lujo de ir observando las marcas de Word y corrigiendo cuando escribes, pero esto no sucede cuando escribes un poema, las imágenes que se te ocurren no van a durar para siempre. Sabes que se trata de la musa o del duende de García Lorca y que «son formas que nacen y mueren de modo perpetuo y alzan sus contornos sobre un presente exacto»* y que «El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca». Entonces, ahí sí es verdad que no importa la b o la v;  tienes a un rebelde metido en la cabeza y debes escribir... después se verá.

Ese es el cerebro de escribir.

Luego, cuando el duende te abandona, entonces tienes que traer el lado racional, el cerebro de corregir, para que tus lectores no digan «Cómo puede ser correctora si escribió hacia por hacía» y creo que es por eso, fundamentalmente. En realidad las formas importan poco cuando la sustancia es buena.  

*Citas de: García Lorca, Federico (1933) Conferencia: Juego y teoría del duende. Buenos Aires.

Trucos para corregir



Si hay algún truco para corregir lo desconozco, el título es solo estrategia de marketing. Pero, no se desanimen. No hay trucos, pero sí voy a explicar mi método.

El primer paso para mí es darle formato al texto, ir marcando los títulos para la posterior creación del índice y eliminar los dobles y triples espaciados. Esto lo hago sin activar el control de cambios en Word, para que no queden tantas señalizaciones que, aunque son correcciones, saturan demasiado el documento dificultando la lectura de las observaciones que el autor debe considerar para su aceptación.

El segundo paso es leer e ir corrigiendo de inmediato. ¿Por qué hago esto? Porque en muchas ocasiones te consigues con el problema de que los autores repiten las ideas (las acciones o la caracterización de un personaje). Si se está corrigiendo estilo se debe hacer de una vez, si no se está corrigiendo estilo, se le debe señalar al autor. En todo caso, se hace de inmediato porque si esperas para corregir en la segunda lectura, lo que vas a tener es la sensación de que algo que estás leyendo ya lo leíste y se lo atribuyes al hecho de que ya lo habías leído, dejando algún párrafo igual a otro sin que el autor pueda culpar a nadie por tamaño desatino. Y no se puede culpar a nadie porque no es un problema de ortotipografía ni de estilo, sino que concierne a un informe de lectura que casi nunca se solicita, pero que un corrector consciente y responsable no lo deja pasar si lo descubre.

El tercer paso, después de hacer la corrección completa, es ir en automático, con la tecla control más la tecla B (Ctrl+B), en los siguientes casos:

·         Por esas palabras en las que los autores no han querido obedecer a la Real Academia y que de tanto uso se nos pueden escapar: sólo, éste, ése, ésas, que ya no llevan tilde, pero que algunos se empeñan en colocarla.

·         Por las palabras que detectaste que el autor se equivoca con regularidad como el habían en había, o los nombres de los días y meses en mayúscula. A veces, cuando apenas detecto este tipo de errores, marco con sombra por donde voy y le doy un Ctrl+B hacia adelante con la palabra del error.  

·         Por las palabras que pueden tener o no tilde: como o cómo, que o qué, donde o dónde, mas o más,  aun y aún...

·         Desde que descubrí en un libro que el autor había escrito confección en lugar de confesión, me hago también mi lista de palabras homófonas que podría haber en el texto, por si se me han pasado.

·         Cuando se trata de una novela con muchos personajes de nombres raros y que Word los marca como error, un truco (este sí es un truco), es señalarle a Word que las omita todas. Si luego (en la misma sesión) Word te vuelve a señalar error en el nombre que ya has marcado para omitir, entonces el nombre ha sido escrito de dos o más formas distintas (Xaviere Xavieri, por ejemplo) y hay que regularizarlo, por lo general de la manera como lo escribió la primera vez.  

·         También busco en automático la ausencia de comas vocativas, colocando en el Ctrl+B los nombres de cada uno de los personajes para ver si hace falta o no.

Después de corregir el documento los dejas reposar por lo menos dos días (esto parece una receta, faltó agregarle a la luz de la luna) y lo vuelves a leer. Si aún consigues errores, los corriges (por supuesto), pero investiga en el panel de revisiones cuántas eliminaciones, inserciones, movimientos y comentarios has hecho para que no te invada la angustia de creer que eres un mal profesional. Otra lectura debería pagarse aparte.