Las reglas de Botsford. Un acierto para
entender
Cuando empecé en esto
de editar y corregir trajiné mucho en el mundo virtual para entender las
diferencias que se le atribuyen a editar, corregir ortotipografía o corregir
estilo (aviso que voy a elaborar mis propias diferencias, porque no me
convencen las que he leído); en ese trabajo me conseguí una joya: Las reglas de
Botsford.
En su blog, Fernando García Mongay (https://blogs.20minutos.es/fuentesycharcos/2015/08/03/las-cinco-reglas-de-botsford-para-los-editores-de-textos/) nos
explica que Gardner Botsford fue un famoso editor de la revista The New Yorker. Al final de sus días de
trabajo publicó el libro Life of
Privilege, Mostly (Una vida de
privilegio, en general) y en una parte de ese libro expone las cinco reglas
que se aplican al trabajo de editar.
No voy a referir las
cinco reglas, quien quiera saberlas que vaya al blog de García Mongay (se lo
debo), me voy a centrar en la regla No 2 que dice (y me copio
textualmente): «Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus
protestas por la edición. La mejor edición, le parece, es la falta de edición.
No se detiene a pensar que ese programa también le gustaría al editor, ya que
le permitiría tener una vida más rica y plena y ver más a sus hijos. Pero no
duraría mucho tiempo en nómina, y tampoco el escritor. Los buenos escritores se
apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído.
Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa».
Esta lectura fue una revelación, una epifanía que me llevó a entender mis difíciles y traumáticas relaciones con los autores.
El autor X (es obvio
que no usaré su nombre) escribe «Desde el interior de la cabaña pudo ver como si un intruso había salido abriendo la ventana de la habitación» y yo,
dándomelas de respetuosa, le pregunto si le quito el si, o le cambio el había. Me responde, muy molesto y grosero que si yo
soy bruta y no puedo entender la expresión, que cómo me las doy de correctora y
bla bla bla. Termino desechada (y gracias a Dios), para su segundo libro.
J. Humberto Pemberty (a quien sí le pongo nombre
porque es un excelente escritor que recomiendo), colabora con frecuencia en la
revista Poetas & escritores de Miami,
que tengo la dicha de revisar. A Humberto jamás le había conseguido ni una
coma mal puesta, ni una idea mal redactada; a sus artículos lo que siempre le
hacía eran los cambios tipográficos (comillas inglesas por latinas o guiones
por rayas largas), pero un día tuvo que
enviar el artículo con mucha premura y se le escapó una tontería gramatical,
cuando le regresé el artículo con los cambios hechos (asunto que hago siempre y
con todos), Humberto me envió un agradecimiento.
No podía entender por qué
las actitudes eran tan distintas hasta leer lo de Botsford. Y es que es tan
evidente, que por eso es difícil de ver. El que no es escritor, no sabe de
tiempos ni de concordancias y cualquier observación mancilla su prosa, el que
escribe, sabe, por eso se da cuenta de su error y agradece.
De allí que, queridos autores, seamos más Pemberty y menos X
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